La Iglesia está atravesando una crisis. Como católica, mi postura es de profunda tristeza al ver a mi Iglesia herida por sus propios hijos
Ante los acontecimientos recientes en nuestra Iglesia, algunas personas me han abordado preguntándome acerca de mi opinión. Ha habido preguntas e interrogantes sobre qué creo respecto al Papa Francisco, sobre los sacerdotes que han cometido estos crímenes, sobre si aún considero que estoy en la Iglesia de Cristo y si he pensado que vale la pena seguir siendo católica y trabajando para esta Iglesia.
La realidad es que hay un problema, y posiblemente es más grande que lo que hasta ahora alcanzamos a ver. No me escudaré bajo argumentos tradicionales sobre la guerra del mundo moderno ante la Iglesia, sobre los intentos que existen para desprestigiarla y para que muchos pierdan la fe.
Tampoco me escudaré en que muchos cometen crímenes similares (aunque no sean sacerdotes y mucho menos hayan optado por el celibato), ni utilizaré cifras que intenten minimizar la magnitud del problema comparándolo con otras instituciones y sistemas. Mucho menos quisiera entrar en una defensa ciega y a ultranza de la Iglesia como institución, negando cualquier situación de fondo y hablando sólo de lo bueno. En estos momentos, todo eso me parecería un simplismo, una forma de evadir la realidad.
Como católica, mi postura es de profunda tristeza al ver a mi Iglesia herida por sus hijos. Si bien son pocos los sacerdotes que han cometido semejantes crímenes, esto es un gran escándalo, aunque sólo uno hubiese fallado ¿O acaso una madre no resulta herida por un solo hijo que decida irse a desperdiciar su herencia y a comer la comida de los cerdos?
¿Vale la pena seguir siendo católica?
En estos momentos me pregunto ¿por qué soy católica? ¿Qué me hace decidir estar en esta Iglesia y no en alguna otra, aun sabiendo todo lo que está saliendo a la luz?
La verdad es que tuve la bendición de nacer en una familia católica que me bautizó desde muy pequeña, pero en última y más importante instancia, yo DECIDO ser católica más allá de lo que haya aprendido en casa.
Decido ser católica porque con el paso de los años, cada vez que me he cuestionado, en mi Iglesia he podido encontrar las respuestas para seguir firme en la fe que me heredaron mis padres. Pero, sobre todo, decido serlo porque sólo mi Iglesia tiene la fuente de vida eterna: Jesús presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Santa Eucaristía.
Hoy, como a los discípulos, Jesús me pregunta: "¿Tú también quieres irte? En este momento de tormenta, de escándalo, de vergüenza colectiva...". Y yo le respondo: "Señor, ¿a quién iré?, sólo Tú tienes Palabras de vida Eterna, solo en tu Iglesia Católica me alimento de tu Cuerpo y Tu Sangre, y solo a través de ese divino Sacramento me sostengo en cada batalla".
¿Cómo enfrentaré esta crisis?
Ya estando clara en porqué soy católica y que no dejaré de serlo, mi siguiente paso es a la acción. Y como miembro de esta Iglesia solo puedo pedir perdón y sentir profundo dolor y empatía ante aquellas personas que hoy sufren las consecuencias de tan deplorables y criminales actos.
Solo puedo pedir que se haga Justicia, ya que como afirmaba San Juan Pablo II: "No puede haber Paz verdadera sin justicia y sin perdón". Que sean investigados a profundidad quienes deban serlo, porque lo que está mal y es un crimen, lo sigue siendo lo haga quien lo haga. Que salga a la luz todo aquello que está oculto, y que sea cuestionado lo que deba ser cuestionado, pues no puede brotar el agua amarga y el agua dulce de una misma fuente (Carta de Santiago).
Es tiempo de limpiar la casa, y no le tengo miedo a esa limpieza, ni a los cambios y pérdidas necesarias que puedan venir de ella. Al final, el bien prevalecerá.
Los hechos e investigaciones están en desarrollo, aún queda mucho camino por andar y aspectos que se irán aclarando a medida que transcurra el tiempo y las averiguaciones.
Pero, por el momento mi labor como laica comprometida será en dos ámbitos que considero que están a mi alcance:
1.- Orar: con todo lo que esto implica, por mi Madre Iglesia para que sea lavada y purificada por el Esposo.
2.- Trabajar cada día más: ayudar en la formación en la fe de quienes puedo influenciar (empezando por mi), para que nuestra fe no sea una simple herencia que se tambalea ante las fuertes tormentas, para que nuestra pertenencia a la Iglesia no sea como una membresía a un club al cual renunciamos si no nos gustan sus beneficios, sino como el compromiso entre quienes forman parte de una familia; en definitiva, para que podamos poner juntos nuestro grano de arena en construir y edificar aquello que el pecado ha intentado destruir desde adentro.
Sigo creyendo en mi Iglesia, con las muchas luces que me ha mostrado, con las sombras que están siendo reveladas. Creo que en medio de este grupo de humanos imperfectos y pecadores que creemos en Jesús e intentamos seguirlo incluso con nuestras debilidades, hay un líder SUPREMO, y que ese líder que la ha fundado, estará con ella hasta el fin de los tiempos. Jesús, en Tí y en tu Palabra confío.