Después de pasar la mayor parte de mi vida como atea, tengo una buena base de comparación entre la vida católica y la no católica
Después de pasar la mayor parte de mi vida como atea (me convertí hace apenas 13 años), tengo una buena base de comparación entre la vida católica y la no católica. Y sin lugar a dudas estas siete cosas son MUCHO mejores ahora que soy católica.
1. Los fines de semana
Mi esposo y yo pasamos tres años casados sin tener hijos. Los fines de semana no tenían nada de especial más allá del hecho de que no teníamos que ir a trabajar. Claro que podíamos pasar el sábado y el domingo durmiendo, pero en realidad esos días nos dedicábamos a terminar todas las tareas del hogar y los proyectos que no podíamos hacer en la semana. Ahora el domingo es un día que toda mi familia espera con ansias, porque es un día de unión y descanso. El día del Señor es un don que es espiritualmente transformador si lo aceptamos y aprendemos a vivirlo. Ya no siento una aversión a los lunes, porque me siento rejuvenecida por amabas cosas, la Eucaristía y el descanso en mi cuerpo y en mi alma de los domingos.
2. Los días festivos
Como atea, los días festivos como Navidad, Pascua y Año Nuevo eran cosas que me interesaban porque: 1) Por lo general tenía el día libre en el trabajo, y 2) Eran una excusa para andar todo el día en pijama (y beber). Incluso después que me case y comencé a pasar la Navidad con la familia de mi esposo, que celebran el día completo por razones seculares, terminaba sintiéndome algo exhausta y decepcionada una vez que todos cenábamos y abríamos los regalos. Ahora esos mismos días son espiritualmente ricos y divertidos. A pesar de que algunas cosas con iguales, como la cena y los regalos bajo el árbol, ahora hay una profunda satisfacción y un gozo espiritual en las fiestas, porque sé que esos días santos son realmente precursores de la alegría eterna que compartiremos en el cielo.
3. El sexo
Antes tuve sexo sin ningún compromiso y también “amigos con beneficios”, sexo casual. También lo hice casada de manera secular, donde nos sentíamos felices de tener sexo sin preocuparnos por la fertilidad (debido al condón). Ahora lo hago como católica practicante, donde hacer el amor de manera natural siempre viene acompañado con la posibilidad de traer una nueva vida al mundo. ¿Y sabes qué? No hay comparación. Cuando el sexo es solo sobre diversión y desempeño, era fácil que la novedad desaparezca y te aburras de la otra persona, pero cuando haces el amor en un sentido espiritual, en donde estas recibiendo completamente a la otra persona (cuyas riquezas jamás podrán agotarse), y donde quizá podrías ser partícipe en la creación de una nueva vida con un alma que existirá por toda la eternidad… digamos que la experiencia va mucho más allá de una simple “diversión”, incluso cuando es divertido. ¿Qué pasa con el desempeño? Esa ansiedad desaparece también, cuando sabes que la otra persona está allí para ti y no solo por el placer que le proporciona tu cuerpo.
4. El sufrimiento
A pesar de los desesperados intentos del mundo moderno para evitar todas las formas posibles de sufrimiento, el dolor y los problemas son simplemente una parte de nuestra vida. Como atea el sufrimiento era mucho peor, porque parecía ser inútil, tenía que pasar por situaciones dolorosas sintiendo que no tenían ningún significado, sólo hacerme miserable. Ahora como católica entiendo que cuando sufro, Dios me está invitando a unir mi dolor al de Cristo en la cruz, que lo transformará en gracias incalculables para otras almas (es decir, un sufrimiento redentor). Cuando sufro Dios solo me está pidiendo que lo ayude a salvar al mundo. Si tengo que sufrir (y no hay escapatoria), el dolor se hace más fácil cuando sé que está ayudando a alguien a quien amo en lugar de solo ser algo sin sentido.
5. El dinero
Crecí en una familia extremadamente pobre en el sur de Virginia; incluso nos quedamos un par de veces sin casa. Al entrar en la edad adulta, el dinero (y todas las cosas que podía comprar con él) se convirtieron en un símbolo de seguridad para mí. Además de que aumentaba mi autoestima, porque mientras todas las personas son iguales, sabía que en el mundo secular, ser rico te hace sentirte superior. Ahora, como católica, sé que todo lo que tengo es un préstamo de Dios, hasta la salud y la fuerza que utilizo para ganar el dinero. Ya no me importa si tengo un billón de dólares o solo un dólar, porque mi dignidad está arraigada en el amor inmutable de Dios para mí, no en la riqueza ni en las cosas materiales. Me ha hecho saber que solo soy un administrador del dinero, contratado por Dios, e irónicamente, mientras más reflexiono sobre el dinero menos me preocupo por él.
6. Mi femineidad
Como atea, ser mujer se trataba de luchar contra el patriarcado, contra mi fertilidad, en contra de las expectativas sociales irreales. Claro, las revistas femeninas ocasionalmente hablaban sobre lo impresionante que es ser mujer. Pero yo sabía que en la batalla de los sexos, los hombres siempre ganaban ya que, entre otros beneficios, ellos no tienen que pasar por el malestar corporal de la menstruación o el embarazo, y ganaban salarios más altos y obtenían mejores empleos solo por ser hombres. Luego me convertí en católica y acepte una fe cuyo ser humano más venerado es una mujer (María Santísima), y cuya teología llama a la mujer “la obra maestra de Dios”, y que demanda no solo que los hombres nos traten como iguales, sino que nos sirvan por encima de sus propias necesidades. Mi fe católica me ha permitido apreciar mis dones únicos como mujer, algo que el mundo secular no podía ofrecerme.
7. La muerte
Como atea tenía dos opciones: fingir que la muerte no iba a suceder o reírme de lo absurda que era. De cualquier forma, la muerte era algo para ser odiado y evitado a cualquier costa. ¿Por qué? Porque así viniera en un accidente de tránsito o pacíficamente mientras dormía cuando tuviera 100 años, la muerte iba a terminar con mi rica y hermosa vida en este planeta, entre todas las personas maravillosas que había llegado a amar. Hoy en día entiendo que la muerte no es algo a lo que le deba temer, más bien anticipa la alegría, porque es el comienzo, no el final. Como católica sé que por muy dolorosa que pueda ser la muerte, es la puerta a mi vida eterna llena de gozo junto a Dios, los santos y los ángeles (y espero, con todos esos peregrinos terrenales que ahora amo). Es curioso que la misma cosa que una vez imaginé que iba a despojar mi existencia de todo su significado es, en realidad, lo que permitirá que comience a vivir mi vida al máximo potencial.
¿Qué hay de ustedes lectores? Para ustedes ahora que se han convertido ¿Qué parte de sus vidas es mejor ahora que son católicos? Deja tu respuesta en los comentarios
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Adaptación y traducción al español de PildorasdeFe.net del artículo publicado originalmente en Catholic Sistas. Autor: Misty