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Categoría: Reflexiones

Nuestro Señor Jesucristo sabía cuánto necesitaríamos una Madre, por eso en la cruz nos la entregó para que acompañara a su Iglesia

Sin duda alguna, nuestro Señor Jesucristo sabía cuánto necesitaríamos una Madre. Después de darlo todo en la Cruz por nosotros, derramando la última gota de su sangre y el agua que brotó de su costado, decidió heredarnos a su Madre. Y es que las madres son las que ponen la unidad en la familia. En muchos casos cuando falta la madre, la familia se dispersa, los hermanos ya no se visitan con frecuencia, se distancian.

Durante mucho tiempo le pedí a la Virgen la capacidad de poder escribirle algo y después de varios intentos de no lograr expresar en palabras el amor que siento por ella, me dio la capacidad de plasmarlo en una oración.

Oración

Ayúdanos Madre, a mantenernos siempre Unidos, para así cumplir lo que tu Hijo quiere: "Padre que todos sean uno, como tú y yo somos uno, para que el mundo crea"

Enséñanos Madre, a imitar tus virtudes, a responder sin vacilar ese «Sí» a la Voluntad del Señor, sin importar las circunstancias complejas y adversidades que podamos atravesar. Madre, tú detienes las piedras de aquellos que nos intentan lapidar a diario, guíanos para no dudar en ir a servir cuando aparece la necesidad.

Tú, Madre de bondad, estando encinta te pusiste en camino para ir a visitar a tu prima Isabel luego que el ángel Gabriel te revelara que iba a dar a luz en su vejez, aquella a la que llamaban estéril. No te pusiste en camino para verificar si eran ciertas las palabras del Ángel, sino que fuiste para ser una servidora y ayudarle en todo lo que pudieses. Le llevaste el mejor de los regalos: la presencia del Espíritu Santo. Y tanto fue el gozo de Isabel que el niño saltó de gozo en su seno, y proclamó:

“¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a visitarme?... Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho El Señor se cumplirá”

Madre, al escuchar estas palabras tú no te engrandeces; si no que respondes con una alabanza que sale del alma, con la humildad de alguien que sabe que toda la gloria es para Dios:

«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación...»

Es por eso que la Iglesia te ha dedicado unas hermosas letanías, para así expresar de formas distintas las maravillas que ha hecho el Señor en Ti.

Enséñanos Madre, a ser prudentes, a amar el silencio, a meditar y guardar los acontecimientos en nuestro corazón, para tener una mejor sintonía con el Señor y entender sus designios.

Enséñanos Madre, a actuar con rapidez ante las necesidades de los demás, como lo hiciste en las bodas de Caná, y a decir:“ya no tienen vino” y poner la necesidad ante nuestro Señor Jesús.

Enséñanos a saber reconocer nuestras limitaciones y decirle a los demás: “Hagan lo que Él les diga” y no lo que yo creo que debe ser. Que cada persona que se acerque a mí y me exprese una necesidad, pueda presentársela a Jesús para que la atienda y obre en su vida como lo hiciste tú.

Enséñanos Madre, a acompañar firmes a tu Hijo también en los momentos de angustia y sufrimiento. Que aprendamos de tu ejemplo, siguiendo su recorrido con la Cruz hasta el monte Calvario, donde, a pesar de estar llena de dolor y con el alma hecha pedazos, pudiste guardar todo en tu corazón y permanecer en silencio a los pies de la Cruz hasta el final. Allí fue donde se cumplió en ti la profecía de Simeón: “Y a ti una espada te atravesará el corazón”

Enséñanos Madre, a perseverar en la fe, unidos en comunidad y en oración como en Pentecostés, que viste cumplida la promesa de tu Hijo: “conviene que yo me vaya para que el Consolador, El defensor venga a vosotros". Ese defensor que tú ya conocías, pues su poder te cubrió con su sombra y por su gracia concebiste a Jesús en tu seno.

Enséñanos Madre, a no tener miedo de amarte, como hace unos años lo sentí yo, porque temía que al hacerlo, dejaría de amar al Señor o te colocaría a ti primero que a Él. Pero un día me ayudaste a comprender que amándote con verdadera devoción, me llevarías a los brazos de Jesús. Comprendí, Señora mía, que no tengo que tener miedo a amarte, y fue en ese momento que dejé de perseguirte con temor.

Enséñanos Madre, a amarte tanto, de manera que cuando lleguemos al cielo, Jesús diga: “He oído a mi Madre hablar mucho de ti”.

Madre bendita, tú que has creído, enséñame a creer igual, y así poder ver las maravillas que el Señor tiene guardadas para todos lo que le aman.

Concluyo con esta frase de San Luis Grignion de Montfort: “María es el camino más seguro, el más corto y el más perfecto para ir a Jesús”

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Maricela Jiménez Serrano | Pildorasdefe.net

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