Papa Emérito Benedicto XVI: Expreso a todas las víctimas de abusos sexuales mi profunda vergüenza, mi profundo dolor y mi sentida petición de perdón
Benedicto XVI: Cada caso de Abuso Sexual es atroz e irreparable.
Vaticano, 08/02/2022 - La siguiente es la traducción al español de la Carta que el Papa Emérito Benedicto XVI publicó el 8 de febrero en respuesta al informe independiente sobre el manejo de las acusaciones de abuso sexual en la Arquidiócesis alemana de Múnich y Freising desde 1945 hasta 2019. El antiguo cardenal Joseph Ratzinger dirigió la archidiócesis de 1977 a 1982.
Queridas hermanas y hermanos,
Tras la presentación del informe sobre los abusos en la archidiócesis de Múnich-Freising el pasado 20 de enero, siento la necesidad de dirigiros a todos unas palabras personales. A pesar de que he sido arzobispo de Múnich y Freising durante algo menos de cinco años, sigo sintiéndome muy unido a la archidiócesis de Múnich y considerándola mi hogar.
En primer lugar, me gustaría dar unas palabras de sincero agradecimiento. En estos días marcados por el examen de conciencia y la reflexión, he podido experimentar una amistad y un apoyo mayores, así como muestras de confianza, de lo que jamás hubiera podido imaginar. Quiero agradecer en particular al pequeño grupo de amigos que desinteresadamente recopiló en mi nombre mi testimonio de 82 páginas para el bufete de abogados de Múnich, que yo sola no habría podido escribir. Además de responder a las preguntas planteadas por el bufete, esto también exigió leer y analizar casi 8.000 páginas de documentos en formato digital. Estos asistentes me ayudaron a estudiar y analizar las casi 2.000 páginas de dictámenes periciales. Los resultados se publicarán posteriormente como anexo a mi carta.
En medio del ingente trabajo de aquellos días -el desarrollo de mi posición- se produjo un descuido en cuanto a mi participación en la reunión de la cancillería del 15 de enero de 1980. Este error, que lamentablemente se verificó, no fue intencionado y espero que pueda ser disculpado. Entonces dispuse que el arzobispo Gänswein lo hiciera constar en el comunicado de prensa del pasado 24 de enero. En ningún caso resta importancia al cuidado y la diligencia que, para aquellos amigos, eran y siguen siendo un imperativo evidente y absoluto. A mí me ha resultado profundamente hiriente que este olvido se haya utilizado para poner en duda mi veracidad, e incluso para tacharme de mentiroso. Al mismo tiempo, me han conmovido mucho las variadas expresiones de confianza, los testimonios sinceros y las conmovedoras cartas de aliento que me han enviado tantas personas. Estoy especialmente agradecido por la confianza, el apoyo y la oración que me ha expresado personalmente el Papa Francisco. Por último, agradezco a la pequeña familia del monasterio Mater Ecclesiae, cuya comunión de vida en los momentos de alegría y de dolor me ha dado la serenidad interior que me sostiene.
Ahora bien, a estas palabras de agradecimiento debe seguir necesariamente una confesión. Cada vez me llama más la atención que, día tras día, la iglesia comience la celebración de la santa misa -en la que el Señor nos da su palabra y su persona- con la confesión de nuestros pecados y la petición de perdón. Imploramos públicamente al Dios vivo que perdone (los pecados que hemos cometido por) nuestra culpa, por nuestra gravísima culpa. Tengo claro que las palabras "más grave" no se aplican cada día y a cada persona de la misma manera. Sin embargo, cada día me hacen preguntarme si también hoy debo hablar de una falta gravísima. Y me dicen con consuelo que, por muy grande que sea mi falta hoy, El Señor me perdona, si me dejo examinar sinceramente por Él y estoy realmente dispuesto a cambiar.
En todos mis encuentros, especialmente durante mis numerosos viajes apostólicos, con víctimas de abusos sexuales por parte de sacerdotes, he visto de primera mano los efectos de una falta gravísima. Y he llegado a comprender que nosotros mismos nos vemos arrastrados a esta grave falta cada vez que la descuidamos o no la afrontamos con la necesaria decisión y responsabilidad, como ha sucedido y sigue sucediendo con demasiada frecuencia. Como en aquellos encuentros, una vez más no puedo sino expresar a todas las víctimas de abusos sexuales mi profunda vergüenza, mi profundo dolor y mi sentida petición de perdón. He tenido grandes responsabilidades en la Iglesia católica. Tanto más grande es mi dolor por los abusos y los errores que se produjeron en esos diferentes lugares durante el tiempo de mi mandato. Cada caso individual de abuso sexual es atroz e irreparable. Las víctimas de abusos sexuales cuentan con mi más profunda simpatía, y siento un gran dolor por cada caso individual.
He llegado a apreciar cada vez más la repugnancia y el miedo que Cristo sintió en el Monte de los Olivos cuando vio todas las cosas espantosas que tendría que soportar interiormente. Lamentablemente, el hecho de que en aquellos momentos los discípulos estuvieran dormidos representa una situación que, también hoy, sigue produciéndose, y por la que yo también me siento llamado a responder. Por eso, sólo puedo rezar al Señor y pedir a todos los ángeles y santos, y a vosotros, queridos hermanos y hermanas, que recéis por mí a El Señor, nuestro Dios.
Muy pronto me encontraré ante el juez final de mi vida. Aunque, al recordar mi larga vida, puedo tener grandes motivos para temer y temblar, no obstante, tengo buen ánimo, pues confío firmemente en que El Señor no sólo es el juez justo, sino también el amigo y el hermano que ya ha sufrido por mis defectos, y que, por tanto, es también mi abogado, mi "Paráclito". A la luz de la hora del juicio, la gracia de ser cristiano se me hace más clara. Me concede el conocimiento, e incluso la amistad, con el juez de mi vida, y me permite así atravesar con confianza la oscura puerta de la muerte. A este respecto, recuerdo constantemente lo que nos dice Juan al principio del Apocalipsis: ve al Hijo del Hombre en toda su grandeza y cae a sus pies como si estuviera muerto. Sin embargo, él, poniendo su mano derecha sobre él, le dice "¡No tengas miedo! Soy yo...". (cf. Ap 1,12-17).
Queridos amigos, con estos sentimientos os bendigo a todos.
Benedicto XVI
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