Papa Francisco: Si no te sientes pecador, comienzas mal. Pidamos la gracia que haga que nuestro corazón no se endurezca, y esté abierto a la misericordia
Confesarnos pecadores, eso es como un dardo punzante para nuestro orgullo, ya que muchos son los que, de alguna manera, piensan que no necesitan de la confesión de los pecados o de la sanación de Dios.
Cuando uno se confiesa pecador, comienza a sentir como el corazón se le abre a muchas bendiciones que Dios quiere darnos, ya que debemos recordar que el Poder de Dios se manifiesta en la debilidad (como lo afirma el Apóstol Pablo) y es en esta humildad, de reconocerse frágiles y pecadores que podemos experimentar la gracia de Dios en su plenitud dentro de nosotros.
"Sólo si nuestros corazones están abiertos y nos reconocemos como pecadores podemos recibir la misericordia de Dios". Ese es el parte del mensaje expresado por el Papa Francisco, en el cual ha querido donarnos una meditación sobre la misericordia de Dios y la conversión.
El Papa Francisco ha hecho énfasis en la infidelidad del pueblo de Dios que sólo puede vencerse reconociéndonos pecadores para iniciar, así, un camino de conversión. A continuación su reflexión.
Dios hace tantas cosas por su pueblo.
Un pacto de fidelidad. En las lecturas de la liturgia del día (Jeremías 7,23-28) podemos ver la fidelidad del Señor y la fidelidad fracasada de su pueblo.
Dios siempre es fiel, porque no puede renegarse de sí mismo, mientras el pueblo no escucha su Palabra. Jeremías nos relata las tantas cosas que ha hecho Dios para atraer los corazones del pueblo, pero el pueblo permanece en su infidelidad.
Abre tu corazón a la misericordia de Dios.
Esta infidelidad del pueblo de Dios y también la nuestra, nuestra propia infidelidad, endurece el corazón, ¡cierra el corazón!.
No deja entrar la voz del Señor que, como padre amoroso, siempre nos pide que nos abramos a su misericordia y a su amor. Hemos rezado en el Salmo, todos juntos:
"Escuchen hoy la voz del Señor. ¡No endurezcan su corazón!".
El Señor siempre nos habla así, también con ternura de padre nos dice:
"Vuelvan a mí con todo su corazón, porque soy misericordioso y piadoso".
Pero cuando el corazón es duro esto no se comprende. La misericordia de Dios sólo se comprende si tú eres capaz de abrir tu corazón, para que pueda entrar.
El corazón se endurece y vemos la misma historia en el pasaje del Evangelio de Lucas (11,14-23), donde Jesús es afrontado por aquellos que habían estudiado las Escrituras, los doctores de la ley que conocían la teología, pero que eran tan cerrados.
La muchedumbre, en cambio, estaba asombrada, ¡tenía fe en Jesús! Tenía el corazón abierto: imperfecto, pecador, pero abierto.
Quien no está conmigo, está contra mí
Pero estos teólogos ¡tenían una actitud cerrada! Siempre buscaban una explicación por no entender el mensaje de Jesús, le pedían un signo del cielo. ¡Siempre cerrados! Y Jesús debía justificar lo que hacía.
Ésta es la historia, la historia de esta fidelidad fracasada. La historia de los corazones cerrados, de los corazones que no dejan entrar la misericordia de Dios, que han olvidado la palabra "perdón" "Perdóname Señor" - sencillamente porque no se sienten pecadores: se sienten jueces de los demás.
Una larga historia de siglos. Y Jesús explica esta fidelidad fracasada con dos palabras claras, para poner fin, para terminar el razonamiento de estos hipócritas:
"Quien no está conmigo, está contra mí".
¡Claro! O eres fiel, con tu corazón abierto, a Dios que es fiel contigo o estás contra Él. "¡Quien no está conmigo, está contra mí!"
Reconocerse pecador para dejar entrar la misericordia
¿Es posible alguna negociación?... existe una salida: ¡Confiésate pecador! Y si tú dices "yo soy pecador" el corazón se abre, entra la misericordia de Dios y comienzas a ser fiel.
Pidamos al Señor la gracia de la fidelidad. Y el primer paso para ir por este camino de la fidelidad es sentirse pecador. Si tú no te sientes pecador, comienzas mal.
Pidamos la gracia que haga que nuestro corazón no se endurezca, que esté abierto a la misericordia de Dios y a la gracia de la fidelidad. Y cuando nos encontramos nosotros, infieles, la gracia de pedir perdón.
