San Ambrosio de Milán fue un verdadero pastor, lleno de caridad hacia todos. San Ambrosio defendió la libertad de la Iglesia. Es Doctor de la Iglesia
San Ambrosio, Obispo y Doctor de la Iglesia. Mentor de San Agustín.
San Ambrosio fue un obispo de Milán que se convirtió en una de las figuras eclesiásticas más influyentes del siglo IV. Fue gobernador romano de Liguria y Emilia, con sede en Milán, antes de ser nombrado obispo de Milán por aclamación popular en el año 374. San Ambrosio fue un firme opositor del arrianismo y llegó a ser mentor de San Agustín de Hipona
Fiesta: 7 de diciembre.
Martirologio Romano: San Ambrosio, arzobispo de Milán y Doctor de la Iglesia, Siendo catecúmeno, recibió el episcopado de esta célebre sede mientras era prefecto de la ciudad. Verdadero pastor y verdadero maestro de sus fieles, estuvo lleno de caridad hacia todos, defendió hasta el cansancio la libertad de la Iglesia y la recta doctrina de la fe contra la herejía arriana e instruyó en la devoción al pueblo con comentarios e himnos para el canto. Descansó en los brazos del Señor el día 4 de abril.
Biografía de San Ambrosio.
San Ambrosio nació en Tréveris, probablemente el año 340. Su padre, que se llamaba también Ambrosio, era entonces prefecto de la Galia. El prefecto murió cuando su hijo era todavía joven, y su esposa volvió con la familia a Roma.
El joven aprendió el griego, llegó a ser buen poeta y orador y se dedicó a la abogacía. En el ejercicio de su carrera llamó la atención de Anicio Probo y de Símaco. Este último, que era prefecto de Roma, se mantenía en el paganismo. Probo era prefecto pretorial de Italia.
San Ambrosio defendió ante este último varias causas con tanto éxito, que Probo le nombró asesor suyo. Más tarde, el emperador Valentiniano nombró al joven abogado gobernador con residencia en Milán (norte de Italia). Cuando San Ambrosio se separó de su protector Probo, este le recomendó: "Gobierna más bien como obispo que como juez".
El oficio que se había confiado a San Ambrosio de Milán era del rango consular y constituía uno de los puestos de mayor importancia y responsabilidad en el Imperio de occidente.
El obispo Auxencio, un hereje arriano, murió el año 374. La ciudad se dividió en dos partidos, ya que unos querían a un obispo fiel a la fe católica y otros a un arriano. Para evitar en cuanto fuese posible que la división degenerase en pleito, San Ambrosio acudió a la iglesia en la que iba a llevarse a cabo la elección, y exhortó al pueblo a proceder a ella pacíficamente y sin tumulto.
Mientras el santo hablaba, alguien gritó: "¡Ambrosio, obispo!" Todos los presentes repitieron unánimemente ese grito, y católicos y arrianos eligieron al santo para el cargo. San Ambrosio quedó desconcertado tanto más cuanto que, aunque era cristiano, no estaba todavía bautizado. Pero los obispos presentes ratificaron su nombramiento por aclamación.
San Ambrosio alegó irónicamente que "la emoción había pesado más que el derecho canónico y trató de huir de Milán. El emperador recibió un informe sobre lo sucedido. Por su parte, Ambrosio también le escribió, rogándole que le permitiese renunciar.
Valentiniano respondió que se sentía muy complacido por haber sabido elegir a un gobernador que era digno de ser obispo, y mandó al vicario de la provincia que tomase las medidas necesarias para consagrar a Ambrosio.
San Ambrosio trató de escapar una vez más y se escondió en casa del senador Leoncio. Pero, cuando Leoncio se enteró de la decisión del emperador, entregó al santo, y este no tuvo más remedio que aceptar.
Así pues, San Ambrosio recibió el bautismo y, una semana más tarde, el 7 de diciembre de 374, se le confirió la consagración episcopal. Tenía entonces unos treinta y cinco años.
San Ambrosio y el Servicio.
Consciente de que ya no pertenecía al mundo, San Ambrosio de Milán decidió repartir entre los pobres sus bienes muebles y cedió a la Iglesia todas sus tierras y posesiones; lo único que conservó fue una renta para su hermana Santa Marcelina.
Por otra parte, confió a su hermano San Sátiro la administración temporal de su diócesis para poder consagrarse exclusivamente al ministerio espiritual.
San Basilio escribió a San Ambrosio para felicitarle, o más bien dicho para felicitar a la Iglesia por su elección, para exhortarle a combatir vigorosamente a los arrianos.
San Ambrosio, que se creía muy ignorante en las cuestiones teológicas, se entregó al estudio de la Sagrada Escritura y de las obras de los autores eclesiásticos, particularmente de Orígenes y San Basilio. En sus estudios le dirigió San Simpliciano, un sabio sacerdote romano, a quien amaba como amigo, honraba como padre y reverenciaba como maestro.
San Ambrosio el Predicador.
Así pues, San Ambrosio combatió con tanto éxito el arrianismo que la erradicó casi por completo de Milán. El santo vivía con gran sencillez y trabajaba infatigablemente. Solo cenaba los domingos, los días de la fiesta de algunos mártires famosos y los sábados.
En efecto, en Milán no se ayunaba nunca en sábado; pero cuando San Ambrosio estaba en Roma, ayunaba también los sábados. San Ambrosio de Milán no asistía jamás a los banquetes y recibía en su casa con suma frugalidad.
"Señor Jesucristo, que extendiste tus manos en la cruz y nos redimiste con tu sangre, perdóname, yo pecador, porque ninguno de mis pensamientos te son ocultos. El perdón que pido, el perdón que espero, el perdón que confío en tener. Tú que estás lleno de piedad y de misericordia, sálvame y perdóname." (Oración de perdón de San Ambrosio)
Todos los días San Ambrosio celebraba la Santa Misa por su pueblo y vivía consagrado enteramente al servicio de su grey; todos los fieles podían hablar con él siempre que lo deseaban, y le amaban y admiraban enormemente. Sus cualidades personales fueron las que le atrajeron la devota atención de todos.
La actividad cotidiana de San Ambrosio de Milán estaba dedicada a la dirección de su propia comunidad, y cumplía sus compromisos pastorales, predicando a su pueblo más de una homilía semanal.
"Oh Señor, que tienes misericordia de todos, quita de mí mis pecados y enciende en mí el fuego de tu Espíritu Santo. Quítame el corazón de piedra: dame un corazón de carne, un corazón para amarte, para adorarte, Señor, un corazón para deleitarme en ti, para seguirte, para regocijarme en ti, por el bien de Jesucristo. Amén". (San Ambrosio)
Los sermones de San Ambrosio obran en San Agustín.
Los sermones de San Ambrosio de Milán eran impresionantes y siempre estaban cargados de una profunda reflexión y llamado a la conversión.
Eran tan profundos los sermones de San Ambrosio, que estos lograron tener una influencia renovadora en una persona que más adelante también se convertiría en un gran santo, el gran San Agustín de Hipona.
San Agustín, quien aún no era cristiano, quedó tan profundamente impresionado por la elocuencia de San Ambrosio, que se hizo bautizar por él y se convertiría en un oyente asiduo de sus sermones, aceptándolo como Maestro y Mentor. Más adelante, San Agustín revela en sus Confesiones que el prestigio de la elocuencia del obispo de Milán era muy grande y el tono que utilizaba era muy eficaz.
Su muerte.
Cuando San Ambrosio cayó enfermo, predijo que moriría después de la Pascua, pero prosiguió sus estudios acostumbrados y escribió una explicación al salmo 43.
Mientras San Ambrosio de Milán dictaba, Paulino, que era su secretario y más tarde su biógrafo, vio una llama en forma de escudo posarse sobre su cabeza y descender gradualmente hasta su boca, en tanto que su rostro se ponía blanco como la nieve. A este propósito escribió Paulino: "Estaba yo tan asustado, que permanecí inmóvil, sin poder escribir. Y a partir de ese día, dejó de escribir y de dictarme, de suerte que no terminó la explicación del salmo".
En efecto, el escrito sobre el salmo se interrumpe en el versículo veinticuatro. Después de ordenar al nuevo obispo de Pavía, San Ambrosio tuvo que guardar cama. Cuando un amigo, que era Conde, se enteró de la noticia, dijo públicamente: "El día en que ese hombre muera, la ruina se cernirá sobre Italia".
Inmediatamente, el conde envió al santo unos mensajeros para pedirle que rogara a Dios que le alargase la vida. San Ambrosio de Milán le respondió: "He vivido de suerte que no me avergonzaría de vivir más tiempo. Pero tampoco tengo miedo de morir, pues mi Amo es bueno".
El día de su muerte, San Ambrosio estuvo varias horas acostado con los brazos en cruz, orando constantemente. San Honorato de Vercelli, que se hallaba descansando en otra habitación, oyó una voz que le decía tres veces: "Levántate pronto, que se muere" Inmediatamente bajó y dio el viático a San Ambrosio, quien murió a los pocos momentos.
Era el Viernes Santo, 4 de abril de 397. San Ambrosio de Milán tenía aproximadamente cincuenta y siete años. Fue sepultado el día de Pascua. Sus reliquias reposan bajo el altar mayor de su basílica, a donde fueron trasladadas el año 835. Su fiesta se celebra el día del aniversario de su consagración episcopal, tanto en oriente como en occidente. Su nombre figura en el canon de la misa del rito de Milán.
Oración de San Ambrosio (Oración de sanación).
Solo a ti te sigo, Señor Jesús, que curas mis heridas. Porque ¿qué me separará del amor de Dios, que está en Ti? ¿La tribulación, la angustia o el hambre? Estoy sujeto como por los clavos, y encadenado por los lazos de la caridad. Aleja de mí, Señor Jesús, con tu poderosa espada, la corrupción de mis pecados. Asegúrame en las ataduras de tu amor; corta lo que está corrupto en mí. Ven pronto y acaba con mis muchas, mis ocultas y secretas aflicciones. Abre la herida para que no se extienda el mal humor. Con tu nuevo lavado, limpia en mí todo lo que está manchado. Escuchadme, hombres terrenales, que en vuestros pecados provocáis pensamientos de borrachera: He encontrado un médico. Él habita en el Cielo y distribuye su curación en la tierra. Solo Él puede curar mis dolores, quien no tiene ninguno. Solo Él, que sabe lo que está oculto, puede quitar el dolor de mi corazón, el miedo de mi alma: Jesucristo. ¡Cristo es la gracia! ¡Cristo es vida! ¡Cristo es la Resurrección! Amén. San Ambrosio, ruega por nosotros. Amén.
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